Una amiga ha recogido una cría de gato de la calle. Se me ha caido la baba al verla... es una de esas cosas que hacen que el ácido que me circula por las venas se vuelva a convertir en sangre. Y me ha recordado lo más parecido que he tenido a una mascota: un gato callejero que vivía debajo de un coche.
Le oí en el garaje de mi casa; un maullido ronco, alto, amenazador y lastimero a la vez. Tengo lo suficiente de gato para entender lo que quería decir: "tengo hambre, estoy asustado, no te acerques". Todo a la vez. Me incliné y le vi, acurrucado debajo de un Mercedes (si eres indigente, ¿por qué no serlo a todo tren?). Debía haberse metido al abrirse la puerta del garaje y luego no se atrevió a salir. Por supuesto no se iba a dejar coger, pero tenía pinta de no haber comido en varios días. Así que hice lo único que se me ocurrió: bajarle un poco de comida y agua. Los dejé bajo el Mercedes, al lado de la pared, y me fui.
Por la noche no quedaban ni las migas. Le llevé más agua y sobras de la cena, y esperé. Tuve que ponerme a cuatro metros para que se atreviera a salir. A la débil luz del fluorescente vi un gato blanco con manchas negras, una de ellas cubriéndole un ojo como si fuera un parche. Pirata, como yo. Estaba tiznado por el hollín y la suciedad propias de un lugar así. No era una cría, pero aún era joven. Abandonado por su madre, o por su amo. Tenía unas orejas grandes que le daban aspecto de zorro; le llamé Orejas. No podía llevármelo a casa porque la mitad de mi familia es alérgica, pero seguí bajándole comida cada día. Podía estar a su lado mientras comía, si me quedaba quieto.
Al tercer día vi algo que me hizo hervir la sangre. Habían puesto en el ascensor un letrero anunciando la presencia del gato en el garaje y advirtiendo que no lo alimentasen porque así no se iba a marchar, que cuando muriese ya lo retirarían. Arranqué el letrero con rabia y lo rompí en presencia de un vecino. Tenía toda la pinta de ir a decir algo, pero al mirarme a los ojos se le debieron pasar las ganas.
Me puse a buscar un hogar para Orejas. Pregunté a mis amigos, a otros familiares, a todos los que conocía. Llamé a la protectora de animales y para mi sorpresa me dijeron que no se encargaban de gatos. Por fin en el ayuntamiento me dieron las señas de una sociedad que sí lo recogería, siempre que se lo diese debidamente "empaquetado".
Al día siguiente le bajé la comida, pero le hice comer de mi mano. Ya no se asustaba cuando me veía, y si le hablaba me miraba con sus ojos brillantes. Le acaricié la cabeza y no salió corriendo. Arqueaba el lomo contento cuando le hacía carantoñas, se ponía panza arriba para que le rascase. Y maullaba al marcharme; "no te vayas", me decía con su voz gatuna.
Le recogí con una jaula prestada. Había llevado leche y pan para desayunar (sólo le gustaba por la mañana). Me perseguía y se me pegaba a las piernas. Se dejó coger dócilmente. No pesaba nada; entró en la jaula sin una protesta. No se asustó hasta que cerré la portilla. Volvió a maullar con pánico, sin parar, mientras le subía a casa. Las tres horas que tardaron en venir a recogerle fueron eternas. No podía sacarle de la jaula, sabía que no volvería a entrar. Le puse un montón de comida pero no la tocó. Me miraba con una expresión lastimera que me partió el alma: "me has engañado, has traicionado mi confianza". Eso es lo último que recordaría de mi.
No sé qué habrá sido de Orejas. No sé si ha encontrado un amo que le cuide, si sigue esperando en una jaula que una familia le adopte, o si está en el cielo que tengan reservado los gatos tiznados de hollín. Estés donde estés, aún me acuerdo de ti. Y aunque nunca lo sepas, hubiera deseado quedarme contigo.
El Maldito Pirata, con los ojos húmedos porque llueve.
jueves, 27 de marzo de 2008
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1 comentario:
Jo, leñe. Ahora es aquí donde llueve. Pero quiero pensar que tuvo suerte. Que un amante de los gatos le acogió, le dio un hogar y ahora pesa bastante más, y duerme seguro y calentito en un sofá, en la cama de su amo, en cualquier lugar exótico pero siempre blandito y caliente. Algún día, cuando vivas sólo, volverás a escuchar un maullido multisemántico y sonreirás porque sabrás que esta vez su confianza se verá recompensada.
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